miércoles, 17 de marzo de 2010
Palabras (por El Domador).
Me pidieron que escribiera unas palabras para leerlas hoy. Yo habría preferido no tener que estar aquí parado, no tener que leer esto ante ustedes. Porque me da mucha pena hacer esto ¿Por qué estoy aquí entonces? Porque me daba más pena llegar a este auditorio sin las palabras, que llegar con las palabras, pararme, sacar el papel y leer, tal como lo estoy haciendo. Es decir que estoy aquí parado porque la idea de estar sentado con ustedes, y que me llamaran a decir las palabras, y de tener que hacerme el bobo hasta que la ceremonia siguiera sin las palabras, esta idea digo, me dio más pena que la idea de estar aquí parado leyéndoles. Pero ¿Por qué me da pena estar aquí parado leyéndoles? No se trata de temor al público. Lo que pasa es que siento que hay algo equivocado en el hecho de que sea yo quien esté aquí hablando. Y ¿Por qué siento que hay algo equivocado en que yo esté aquí? Porque la gente que se para aquí a hablar casi siempre parece estar convencida de algo acerca de la universidad, del papel de la universidad en el contexto del país, del papel de los profesionales, del conocimiento, etc. Y yo no tengo ninguna convicción acerca de estas cosas. Ni quiero aparentar estar convencido tampoco. Dado lo anterior, sufro una profunda crisis temática: no sé qué decir. ¿Qué decir entonces? Sólo puedo hablar de lo que siento.
Tengo la confusa sensación de que todos los conceptos con los que nos hemos llenado la cabeza no nos van a servir para pensar del modo en que sería conveniente, para nosotros, pensar. ¿Y qué modo sería conveniente? Un modo basado en la singularidad de lo que somos. A una vaca le conviene comer pasto, a un León le conviene devorar carne. ¿Cuál es el modo de pensamiento que nos convendría a nosotros? Yo no puedo imaginarme a un indígena del putumayo que sea experto en filosofía del lenguaje y que pase a formar parte de la historia de la filosofía. Y no porque crea que el indígena sea inferior intelectualmente a un europeo o a un norteamericano. Lo que creo es que ese modo de pensar que le ha permitido a tantos europeos y a tantos norteamericanos figurar en la historia de la filosofía, no es el modo de pensar que le convendría al indígena. Y lo mismo vale, en general, para todo latinoamericano. En tanto que sigamos intentando pensar de un modo que no nos conviene, estaremos privando a la humanidad de lo que realmente podría surgir de nosotros mismos, en tanto que somos lo que somos.
El curso de los acontecimientos parece habernos dejado por dentro un profundo complejo de inferioridad. No somos subdesarrollados intelectualmente más que por el hecho de que tenemos un complejo de inferioridad del cual no hemos podido desembarazarnos. Creemos que somos inferiores intelectualmente por el hecho de que no producimos tantas cosas ni tan relevantes para la historia intelectual del hombre, como se producen y se han producido en otros lugares. Pero no somos subdesarrollados más que por el hecho de seguir intentando, una y otra vez, entrar en el juego armados de conceptos que no nos convienen. Como leones que se han vuelto vegetarianos y luego se sienten mal por ser tan débiles en comparación con los corderos. El complejo de inferioridad del que hablo consiste, precisamente, en negar nuestra mismidad e intentar pensar de un modo que no se adecua a nuestra singularidad. Pensamos que nuestra singularidad es algo despreciable y adoptamos un modo de pensamiento que no conviene a esta singularidad. O sea, sentimos un profundo complejo de inferioridad que nos obliga a negar lo que somos y a intentar ser otros que no somos. A adoptar formas de pensamiento que no provienen de nuestra propia singularidad, sino de otro lado. Y luego no nos queda más que reconocer lo débiles que somos comparados con los Europeos o con los Norteamericanos.
Que me disculpen los historiadores que pueda haber entre ustedes. Yo no sé mucho de historia. Pero creo que a América no llegaron europeos del tipo de Kant, o del tipo de Hegel. Aquí llegaron aventureros, piratas, expresidiarios y militares: hombres a los que no habría convenido tejer las telarañas conceptuales que han hecho grandes a tantos europeos. En América no residían hombres contemplativos, pacíficos ni entregados a una sola fe. Aquí residían hombres entregados al uso de substancias psicotrópicas que les proporcionaban el conocimiento, hombres profundamente divididos por guerras intestinas, hombres de creencias diversas. Por último, los esclavos traídos de África no eran tampoco hombres que podamos imaginar sentados ante una estufa, en bata, preguntándose si la creencia en la existencia del mundo exterior es o no es dudosa. Y es sobre la base de estos tres tipos de hombres que hemos llegado a ser nosotros, los latinoamericanos. Yo no estoy negando la posibilidad de que exista un pensamiento latinoamericano: estoy afirmando que la posibilidad de un pensamiento latinoamericano sólo podría abrirse en la medida en que intentemos pensar con conceptos que nos convengan, y no, o no solamente, con los conceptos con los que nos hemos llenado la cabeza aquí en la universidad.
No se me ocurre decir nada más ante ustedes.
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1 comentario:
APLAUSOS!
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