miércoles, 21 de abril de 2010

Los deleites de Sofía (Por Puscio Espermo):

Tranquila y plácida parecía su vida hasta que decidió, aquella hermosa mujer, hundirse en sus más ocultas pasiones, que se asemejaban a un lago, con sus secretas profundidades, así imaginaba Sofía, cuando recorría el lago que quedaba frente a la casa donde vivía con su madre, una mujer de cincuenta años; Lola, se llamaba, su único encuentro carnal fue con el padre de Sofía, ese día quedó en embarazo, y ese mismo día no supo más de él. Estaba sola en la vida, aunque contaba con una inmensa fortuna que dejaron sus padres al morir en un horrible accidente. Cuando tuvo a Sofía vendió todas las propiedades y compró la casa que habitaban ahora. Allí estarían a salvo con su hija. Por qué no...vivirían felices...no le haría falta nada material y lo más importante, contaba con el amor de su madre.

Cuando cumplió los cinco años buscó en el pueblo cercano a tres profesoras a quienes contrató para que instruyeran a su hija en la música, la pintura, las manualidades, los conocimientos básicos de matemáticas, las ciencias naturales y sociales, e idiomas. Claro está, que siempre fue muy clara en la advertencia a sus institutrices de nunca enseñarle ningún texto literario que dejara entrever las pasiones mas bajas del ser humano. Sí, era mejor así, ella nunca debía pensar en nada de eso. Además, no lo necesitaba para ser feliz. Allí lo tenía todo. A medida que fue creciendo su hija, Lola no cesaba de advertirle que si algún día llegase a encontrar a alguien desconocido en el camino corriera de inmediato a casa, puesto que, era muy peligroso el trato con los demás.

Una mañana caminaba Sofía alrededor del lago como siempre solía hacerlo, ya era una mujer de diecisiete años; bella, de cabellos largos, lisos, de un intenso negro azabache y unas hermosas formas cubiertas de una tersa piel trigueña; lucía un traje blanco, transparente, estampado de flores de color café, el cual delineaba todo su cuerpo, ya que solo una minúscula tanga la cubría bajo el traje -este vestido se lo había diseñado con los conocimientos que tenía de costura gracias a una de sus institutrices- claro, ella nunca se dejaba ver de su madre cuando lo lucía. Al caer la tarde, se tendió sobre la hierba, entonces una mariposa se posó sobre su pezón que sobresalía de tan delicada tela. No podía describir bien lo que le sucedía. Era como un cosquilleo que sentía en medio de sus piernas y un líquido cálido emanaba de ella; al compás del movimiento de las patas de la mariposa se acrecentaba más esa calidez. Una vez la mariposa tomó vuelo, Sofía reemplazó ese roce con el de una hoja, suavemente acarició su pezón, entonces abrió sus piernas y mientras con una mano rozaba sus senos con la otra acariciaba su sexo, ahora era más indescriptible la sensación, hasta que sintió desconectarse por un segundo del mundo, de la vida misma, y un tierno gemido salió de su garganta. Ahora, Sofía tenía un nuevo entretenimiento en el que ocupaba todos sus momentos de soledad, experimentando nuevas formas y sensaciones. Nunca le reveló aquella experiencia a nadie.

Tres años después huyó de su casa llevándose una buena cantidad de dinero que robó a su madre. Después de mucho andar encontró una casa. Allí conoció a Arturo, un hombre bohemio, quien decidió acompañar a la joven en su aventura de huir de su madre.

Llegaron a un pueblo en donde se instalaron. E inmediatamente Sofía encontró trabajo en un jardín de niños, que tenían entre dos y tres años. Un día, estando sola, al cambiarle el pañal a una niña humedeció sus dedos y le acarició la vagina, al ver que no lloraba, empezó a besarla y entretanto se masturbaba...que sensación tan deliciosa...continuó haciéndolo hasta que se dejó caer en el suelo en un éxtasis absoluto. En adelante, Sofía seguía deleitándose con sus niñas.

Una tarde, le nació una nueva curiosidad a la bella joven, ¿como sentiría placer un niño? Si, ella ya conocía muchas formas de placer para la mujer, pero, y ¿el hombre?, ¿como sería?

Al llegar a casa miró a Arturo lo besó y le pidió que le dejara experimentar cosas, por supuesto, él no puso ninguna resistencia, le quitó la ropa, le ató las manos a la cama y buscó su miembro viril, lo colmó de besos, mientras, observaba las contracciones de su cara y sus constantes jadeos que le indicaban lo bien que la estaba pasando, su placer, era también el placer de ella. Su vagina ardía de deseos hasta que decidió posarse encima de ese hombre y empezó una cabalgata que la volvía loca, era tanto el éxtasis que sentía, que miró a Arturo a los ojos y de repente con una fuerza brutal apretó su cuello hasta el punto en que se cruzaron sus gemidos con el último suspiro de aquél...una vez más Sofía se deleitaba con una nueva sensación...

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